Por Alejandra Sánchez Inzunza
Ilustraciones: Donají Marcial
En el auditorio hay hombres con estrés postraumático porque mataron en la guerra. Mujeres de mediana edad que después de recurrir a psicólogos, gimnasios, pastillas, homeopatía y tarot todavía no encuentran la felicidad o algo parecido a ella. Hay parejas en busca del amor perdido. Hay víctimas de abuso sexual, racismo y violencia. Hay personas con cáncer y enfermos terminales. Otros son adictos a la comida o al alcohol. Muchos, probablemente la mayoría, sufren de ansiedad y depresión. Hay científicos y académicos que suman decenas de títulos universitarios y estudios publicados. Hay representantes de pueblos originarios que hablan de colonización y famosos que comparten sus experiencias. Y están los que, cansados de los límites de un mundo secular, buscan la trascendencia.
Otros solo están aquí por las drogas.
Es junio de 2023 y 12,500 peregrinos del trauma han llegado hasta el centro de convenciones de Denver, en el centro de Estados Unidos, para encontrar respuestas vitales en los psicodélicos, drogas capaces de alterar los estados de conciencia. En un país donde el 38 % de la población sufre algún trastorno mental y más del 90% considera que se vive una crisis de salud mental, los asistentes han pagado por lo menos 805 dólares para aprender cómo unos científicos utilizaron la ayahuasca para reconciliar a un grupo de israelíes y palestinos; cómo la ketamina ha ayudado a sanar a víctimas de la secta NXIVM; o cómo veteranos de guerra con lesiones cerebrales y estrés post-traumático (PTSD en inglés) han recuperado su vida gracias a la ibogaína. Ahora esperan con la expectativa de quien aguarda al líder de un culto religioso a Rick Doblin, director de la Multidisciplinary Association for Psychedelic Studies (MAPS), organizadora de la Psychedelic Science 2023, el mayor evento sobre psicodélicos de la historia, que ha juntado a tantas personas como la última Conferencia Anual de Psiquiatría en Estados Unidos.
En el país que inventó la guerra contra las drogas, Doblin lleva 40 años trabajando para que las autoridades estadounidenses aprueben la terapia asistida con MDMA (éxtasis) como tratamiento para el estrés postraumático y aboga por el uso médico de alucinógenos para curar casi cualquier enfermedad mental provocada por casi cualquier problema de la humanidad: psilocibina para la ansiedad; ibogaína contra lesiones cerebrales; ketamina para el trauma sexual; MDMA para la reconciliación; microdosis de LSD para una vida feliz; ayahuasca para todo lo anterior. Pero no se trata (o no solo se trata) de una cuestión de fe: hay miles de estudios prometedores sobre las bondades de los psicodélicos. Estas drogas, incluso, podrían ayudar a las víctimas de la guerra contra las drogas.
Si la Psychedelic Science es una meca del trauma, Doblin es su profeta. Este hombre compacto y sonriente de 70 años lidera el llamado “renacimiento psicodélico”, bautizado así porque para los estadounidenses es mucho más significativa la ola contracultural de los 60 que promovía una revolución pacífica basada en la expansión de la conciencia que el uso milenario de plantas sagradas de los pueblos originarios. Después de décadas de ostracismo, el “renacimiento psicodélico” está en la agenda del The New York Times, The Washington Post y The New Yorker. Hasta Fox News organiza debates en su contra. Doblin y su equipo quieren cambiar políticas públicas para que cuando se hable de drogas se diga también “medicina”. Su promesa: un mundo sin trauma para 2070.
En Psychedelic Science los científicos hablan de divinidad y los chamanes citan a Harvard, Stanford, Berkeley y Johns Hopkins. Todo aquel que se considera alguien en el mundo psicodélico está aquí, así como científicos de las instituciones más prestigiosas que muestran sus resultados a inversores en busca de una oportunidad para entrar en un negocio valorado en 4,800 millones de dólares y farmacéuticas ansiosas por encontrar un nuevo medicamento que revolucione la psiquiatría como hace casi 40 años lo hizo la fluoxetina, mejor conocida como Prozac.
En Denver, donde la marihuana es legal desde hace 11 años y el consumo de varios psicodélicos está despenalizado, parece que la guerra contra las drogas es cosa del pasado. Aquí no se habla de asesinatos, desaparecidos, encarcelaciones masivas, decomisos ni carteles. En cambio se venden retiros de ayahuasca en Costa Rica —hasta en 10,000 dólares— que parecen más la venta de un tiempo compartido que un tratamiento psiquiátrico. Organizaciones como Heroic Heart Project ayudan a veteranos con PTSD a acceder a programas de ketamina porque más soldados estadounidenses han muerto por suicidio que durante las guerras que ha librado Estados Unidos desde el 11S. Las iglesias psicodélicas como la Lotus Entheogenic Church, que se dedica a “elevar el mundo con setas funcionales” y una de sus misiones es combatir la crisis de opiáceos en un país donde 1 de cada 4 estadounidenses conoce a alguien que ha muerto por fentanilo, aprovechan el escaparate para atraer fieles.
En los 250 stands de la feria se ve a médicos monitoreando actividades cerebrales y recreando “viajes” con tecnología, terapeutas provocando la alteración de la conciencia a través de la respiración, clínicas reclutando voluntarios para experimentos con LSD, chamanes en ceremonias de cacao y rapé. Hay, también, quien ofrece psilocibina sintética de forma clandestina.
A lo largo de una semana, 500 personas de 52 países hablan de inteligencia artificial, sexo, hastío y religión con enteógenos: ”Si miras las experiencias visionarias de Ezequiel piensas ‘tenía que estar drogado’”, dice Sam Shonkoff, profesor de judaísmo en Berkeley.
A la edición anterior de Psychedelic Science —en 2017— asistieron solo 3,000 personas, pero desde entonces el movimiento ha llegado hasta el boxeador Mike Tyson, que tomó hongos psilocíbicos para combatir pensamientos suicidas, y a Milley Cyrus, que usa ayahuasca para lidiar con ataques de ansiedad. Elon Musk es un consumidor habitual de estas sustancias, según The Wall Street Journal, y usa ya ketamina legal como antidepresivo. Desde meses antes, el evento de 2023 se anunciaba en redes como una especie de gala de los Oscar de la psicodelia. En Denver está la estrella de la NFL, Aaron Rogers, quien después de un viaje de ayahuasca pasó de 26 a 48 pases de touchdowns y logró ser MVP, el jugador más valioso de la temporada. Danielle Carcillo, el jugador de hockey que se retiró en 2015 después de su séptima contusión y que en los años siguientes gastó medio millón de dólares para mejorar su salud, dice que fue gracias a la psilocibina que salvó su vida. Jaden Smith, hijo de Will Smith, afirma que sus experiencias con estas sustancias le desarrollaron mayor empatía y una mejor relación con su familia. La cantante Melisa Etheridge asegura que solo pudo sanar el dolor de perder a su hijo por una sobredosis de fentanilo gracias a las terapias psicodélicas.
Los alucinógenos hoy son mainstream gracias a las aventuras psicodélicas del periodista Hamilton Morris en Vice; el podcast del neurocientífico Andrew Huberman y los documentales de Netflix. Pero el hito fundacional de este movimiento fue la publicación de lo que sería su Biblia en 2018: el libro —también documental en 2022— Cómo cambiar tu mente, de Michael Pollan.
Cómo cambiar tu mente son las escrituras del nuevo siglo que fisuran las paredes de la prohibición en el país que la inventó el siglo pasado. En Estados Unidos, 1.16 millones de personas son detenidas todavía cada año por venta, fabricación o posesión de sustancias ilegales, pero este superventas acercó a cierto tipo de estadounidenses el mensaje de que algunas drogas pueden curar. Pollan pertenece a la élite del periodismo estadounidense, se hizo psiconauta a los 60 años y conecta con hombres y mujeres como él —blancos de clase media alta— con conceptos como “la disolución del ego”. A través de su propia experiencia, la evidencia científica y cientos de testimonios, muestra de una manera sencilla y digerible los prometedores resultados de los psicodélicos para el tratamiento de la depresión, la ansiedad, el trauma y las adicciones. Además reflexiona sobre cómo el uso de alucinógenos —que producen empatía y una mayor conexión con la naturaleza—, puede ayudar a combatir problemas como la crisis ambiental y la polarización política. El escritor ofrece una salida a aquellos dispuestos a “derribar las estructuras rígidas de su pensamiento”. Pollan, quien nunca se ha pronunciado a favor de la legalización de las drogas, firmará en la conferencia durante más de cinco horas autógrafos a sus fans que le dicen cómo su libro más que cambiar su mente les “cambió la vida”.
Las mayoría de las estrellas de Denver son hombres blancos con batas blancas como Ronald Griffiths, psicofarmacólogo, exdirector del Centro de Investigación Psicodélica y de la Conciencia en Johns Hopkins, que en el momento de la conferencia enfrenta un cáncer de colon en Fase 4. Un estudio suyo de 2006 reabrió la puerta a la investigación científica de psicodélicos al mostrar su potencial para tratar la adicción, la depresión y a pacientes terminales. “Hay algo único y profundo que puede ser descubierto con meditación, respiración y psicodélicos (…). La sensación de conexión, de unidad y de que todos somos uno; la sensación de que todo es precioso y si lo quieren poner en términos religiosos, es sagrado. Y, por último, una sensación de que todo eso es verdad y puede cambiar la vida de alguien en dirección positiva”, dice Griffiths, quien cuenta cómo la psilocibina le ayudó a enfrentar su miedo a la muerte. El científico, criticado por colegas por fungir como evangelista psicodélico, moriría cuatro meses después.
Paul Stamets, el famoso micólogo autor de siete libros, afirma también que los hongos psilocíbicos pueden salvar al mundo: “Esto se siente como una gran reunión familiar, ¿no? Somos el pueblo. Estoy realmente emocionado por ser el mensajero de nuestro tiempo. Quiero reconocer a nuestros ancestros, los escucho llamándonos, escucho a nuestros descendientes desde el futuro, escucho las voces de indígenas en todo el mundo, soy un guardián del conocimiento (…). Los hongos hablan y yo intento escuchar. Todos sabemos que la Tierra está en problemas. Este es nuestro momento. Estamos en un momento crítico que puede determinar las consecuencias de las generaciones del futuro”. El hombre que dice formar parte del pueblo dirige dirige Fungi Perfecti, una empresa con 145 empleados dedicada a la venta de hongos gourmet y medicinales, con un ingreso anual estimado en 21.6 millones de dólares.
El mismo junio de 2023 en el que hombres blancos hablan en Denver sobre cómo ciertas drogas pueden salvarnos, la guerra contra las drogas hace estragos en América Latina: 46 mujeres murieron calcinadas en una cárcel en Honduras; en México se decomisaron 150 kilos de cocaína en un submarino y ya habían sido asesinadas más de 15,000 personas en los primeros seis meses del año. Ecuador enfrentó una ola de asesinatos producto de la lucha entre pandillas. En Colombia, el primer país en hacerse célebre por los grandes carteles, el Congreso hundió la reforma que buscaba legalizar el cannabis recreativo.
Rick Doblin tuvo un sueño: una víctima del Holocausto en su lecho de muerte le pedía que se dedicara a los psicodélicos. “Me decía que si todos pudiéramos tener estas experiencias en las que estamos interconectados y somos interdependientes, eso sería un antídoto contra el racismo y los genocidios”, cuenta en Denver. “No importa qué tan difícil haya sido con la FDA o la DEA, es más fácil que estar en campos de concentración”.
Doblin soñó una noche de 1966 en Nueva York después de escuchar un discurso de Timothy Leary, el científico que fue expulsado de Harvard en 1963 cuando su colega Andrew Weil, un experimentado psiconauta —también presente en Denver— al que un viaje de LSD le quitó su alergia a los gatos, denunció sus experimentos con psicodélicos en el periódico estudiantil, como el que realizó en la prisión de Concord, Massachusetts, en el que administró psilocibina a presos y descubrió que un 75 % no reincidía. Aquella noche neoyorkina, Leary dijo por primera vez su famosa frase “Turn on, tune in, drop out” (“Enciende, sintoniza, déjate llevar”).
Marginado del mundo académico, Leary se centró en el movimiento social. Un año después repetiría su eslogan frente al Golden Gate de San Francisco ante 30,000 personas en el “Verano del amor”. Cuatro años más tarde ya era el “hombre más peligroso en Estados Unidos”, según Richard Nixon, que en 1971 declaró la guerra contra las drogas. Leary huyó de Estados Unidos, estuvo en Argelia, coqueteó con los Panteras Negras, llegó a Suiza. En 1974 fue condenado a 20 años de cárcel por “posesión de marihuana” y el filósofo Marshal McLuhan le escribió cartas en las que lo nombraba «el Ulysses del viaje interno» o «el Homero de la era electrónica».
Doblin soñaba con utopías poco antes de que la prohibición federal llevara al movimiento psicodélico a la clandestinidad, la investigación científica se frenara de golpe y los alucinógenos fueran clasificados en la lista 1 de la Ley de Sustancias Controladas. Actualmente son consideradas de alto riesgo, sin valor terapéutico ni médico y no pueden ser poseídas ni prescritas legalmente. La guerra contra las drogas ha costado más de un trillón de dólares y no ha servido para disminuir el consumo de estupefacientes: más de la mitad de estadounidenses ha probado alguna droga en su vida y en la última década se sufre la peor epidemia por sobredosis: el fentanilo deja unos 70,000 muertos al año.
Durante décadas el movimiento psicodélico quedó sepultado en la narrativa de la prohibición, pero hoy se publican unos 700 estudios al año sobre su poder curativo. “No tendríamos un renacimiento psicodélico sin un renacimiento científico. La ciencia es la piedra angular de este movimiento que ha suscitado tanto interés desde el libro de Pollan”, dice el inglés Robin Carhart Harris, el neurocientífico que fue el primero en administrar LSD a seres humanos en el Reino Unido y ahora dirige el Centro para la Investigación Psicodélica del Imperial College en Londres.
Estados Unidos vive hoy en una paradoja. Mientras el gobierno federal gasta unos 182,000 millones de dólares cada año en encarcelamiento masivo —1 de cada 5 presos están por drogas, siendo un 60 % de ellos negros o latinos—, siete estados han introducido leyes sobre psicodélicos en el último año que van desde la despenalización al uso supervisado por adultos o el tratamiento psiquiátrico. La FDA ya aprobó el derivado de la ketamina —esketamina— para la depresión grave en pacientes que no responden a otros tratamientos y ha concedido la designación de “terapia innovadora” a dos formulaciones de psilocibina como posibles tratamientos médicos. Farmaceutas como Jason Wallach trabajan en un inventario de opciones de tratamiento para la salud mental con la patente de 218 nuevas drogas psicodélicas y Michael Cunningham, investigador científico de Gilgamesh Pharmaceuticals, dice en la conferencia: “El número de pequeñas moléculas potenciales aún por descubrir supera con creces la cantidad de estrellas del universo observable”.
Pero más allá de la ciencia la batalla también es cultural y Rick Doblin ha entendido las enseñanzas de Timothy Leary.
La guerra contra las drogas tuvo una exitosísima campaña publicitaria en los años 80, “Just say no”, que encabezó Nancy Reagan, aprovechando el pánico generado por la epidemia del crack en Estados Unidos. La primera dama repetía su eslogan por todos lados: apareció en CNN y en un anuncio de la pasta de dientes Crest, consiguió el apoyo de celebridades como Clint Eastwood y Michael Jackson y posó en numerosas ocasiones con Los Mets y los Lakers. La campaña fue tan potente que varios países como Colombia (“La mata que mata”) y México (“Di no a las drogas”) adoptaron el mensaje a sus propios contextos, generando una narrativa prohibicionista que para la mayoría es todavía imposible de contradecir. A Doblin le siguen al menos 22 cámaras en el centro de conferencias de Denver. MAPS prepara el documental Prescription X, que cuenta una batalla de medio siglo para que el éxtasis sea un medicamento legal para combatir la agonía. “Antes de cambiar el mundo, tuvo que cambiar él”, dice el eslogan. La intención de la organización es lanzarlo el día —en Denver se vende como un hecho— en que se apruebe la regulación del MDMA.
El próximo 11 de agosto la FDA se pronunciará sobre la solicitud presentada por Lykos Theratepeutics, una empresa de investigación y aplicación de tratamientos psicodélico —antes llamada MAPS Public Benefit Corporation— para la aprobación de la terapia asistida con MDMA para tratar el estrés postraumático. Las predicciones no apuntan a favor del movimiento psicodélico. El pasado 4 de junio, un comité de expertos consultivo de la FDA votó abrumadoramente en contra de la iniciativa alegando información incompleta sobre los efectos adversos y malas gestiones de MAPS en las denuncias sobre abusos sexuales durante los ensayos clínicos. Los opositores consideraron que los beneficios del tratamiento no superan los riesgos a la presión arterial y cardiaca. Parece que el sueño que tuvo Doblin hace 60 años, al menos de momento, no se hará realidad.
En los últimos 60 años la Casa Blanca ha decretado cuatro amenazas para la salud pública en Estados Unidos. En 1964 fue el tabaquismo. En 1986, el sida. Quince años después, la obesidad. En 2021, Vivek Murthy, que ha sobrevivido como la máxima autoridad médica en el gobierno desde los tiempos de Barack Obama, alertó sobre una epidemia de salud mental. Desde entonces, ha dicho frases como estas:
“Olvidamos que algunas de las medicinas más antiguas que tenemos son el amor y la compasión”.
“Aunque la soledad puede matar, la conexión puede curar aún más”.
“Nuestra capacidad para conectar con otras personas depende de nuestra capacidad para conectarnos profundamente con nosotros mismos”.
“El bienestar emocional (…) es ese recurso que nos permite acercarnos a todo nuestro potencial y ser resilientes ante la adversidad”.
Que un médico graduado de Yale, al que escuchan todos los políticos de Washington y las autoridades médicas en el mundo, se exprese como gurú New Age tiene que ver con el aumento de trastornos mentales que afectan a millones de estadounidenses. La pandemia por covid-19 agudizó problemas como la ansiedad entre jóvenes —un 42% experimenta “sentimientos persistentes de tristeza o desesperanza» y los suicidios en este grupo se duplicaron desde el 2000—; también aumentaron enfermedades graves como esquizofrenia, bipolaridad, depresión o estrés post-traumático que afecta a un 6% de la población —14.1 millones— y cada semana unas 2,000 personas mueren por sobredosis de drogas. Ante un panorama cada vez más desalentador, los funcionarios de la salud han encontrado un nombre para las sobredosis de drogas, las muertes relacionadas con alcohol y los suicidios: “muertes por desesperación”.
Marcus y Amber Capone son el cliché estadounidense: él parece un G.I Joe moreno y con barba, ella una Barbie clásica. En la cuenta conjunta que tienen en Instagram posan frente a una piscina, en la playa, en una montaña, vestidos de fiesta en el salón de su casa, con su hija y su hijo en Los Alpes, haciendo hiking y viendo la televisión. Serían el estereotipo clásico del sueño americano de no ser porque hace siete años él se quería matar y bebía sin parar. Ella estaba desesperada.
Marcus Capone cree que su primera contusión en el cerebro fue a los siete años jugando al fútbol americano. Después fueron décadas de golpes y lesiones como breacher, el encargado de desactivar explosivos en la Armada: “Cuando estás en el extranjero y te enfrentas al enemigo lo único que importa es tu vida. Muchas veces, cuando detonamos esos explosivos, estábamos justo al lado de ellos y lo sentías y te lo comías. El cerebro te traqueteaba y la nariz te sangraba esa noche, pero te sentías vivo”, dice ante un auditorio en el que asienten otros veteranos de guerra y sus familias.
El exmarine se retiró de las fuerzas armadas en 2013 con trastorno depresivo mayor, lesiones cerebrales traumáticas leves, PTSD, pensamientos suicidas y alcoholismo. Después de varios años de tomar unos 10 medicamentos al día —ansiolíticos, antidepresivos, anticonvulsivos y más—, ningún médico lograba sanar su dolor. Hasta que en 2018 un amigo les contó sobre una clínica en Tijuana: varios colegas se habían curado con ibogaína en un fin de semana.
La ibogaína es un psicodélico disociativo que en Gabón es “patrimonio nacional” y es ilegal en por lo menos 10 países como Estados Unidos y Suiza. Es un alcaloide que está en la corteza de la raíz de un arbusto africano conocido como iboga tabernanthe y produce experiencias oníricas, alucinaciones y visiones. Al igual que otros psicodélicos, promueve la creación de nuevas neuronas y aumenta la neuroplasticidad (la capacidad del cerebro de adaptarse y cambiar). Dicho de otra manera: recablean conexiones cerebrales y hacen el cerebro más elástico, la condición que hace posible el aprendizaje en la niñez.
Hace siglos que las tribus pigmeas en África Central han utilizado la ibogaína en ceremonias y rituales con fines espirituales y hace 40 años que Ambio, una empresa de “curación holística psicodélica”, ofrece una “terapia innovadora de apoyo para el cambio personal” con la misma sustancia en Baja California, México (entre otros lugares donde es legal). Según su página web, “los beneficios de la ibogaína y las otras terapias es permitir que todo se venga abajo y desfragmentar y volver a alinear profundamente”. En 2018 la ibogaína se hizo famosa por los exmilitares que cruzaban la frontera con México, pagaban 6500 dólares por el tratamiento y cambiaban su vida.
“Me llevó a un lugar muy oscuro , pero la ibogaína te enseña lo que necesites ver, no lo que quieres ver”, dice Marcus .“Regresó la persona que conocí en 1997 (…) Se le quitaron miles de kilos de encima, ahora está en paz, su espíritu regresó (…) Fue extraordinario”, dice Amber.
No hay imagen más potente para la industria de la salud mental que la de un veterano feliz y la historia de los Capone sería un perfecto infomercial (pero otra vez esto no es solo cuestión de fe y esperanza). Nolan Williams, encargado de un laboratorio experimental para desarrollar tratamientos para trastornos mentales que no tienen tratamiento en la Universidad de Stanford, estudió durante un mes a 30 veteranos de guerra entre México y Stanford para ver el efecto de una mezcla de magnesio e ibogaína: 88% redujo el PTSD, 87% la depresión y 81% la ansiedad, según los resultados publicados en la revista Nature Medicine. “Ningún otro fármaco ha sido capaz de aliviar los síntomas funcionales y neuropsiquiátricos de las lesiones cerebrales traumáticas», afirma el profesor.
Cuando uno de los mejores amigos de Marcus de la Marina se suicidó, los Capone fundaron Veteran Solutions, que da becas a otros veteranos para recibir tratamientos psicodélicos fuera de Estados Unidos —Marcus también es CEO de Tara Mind, que promueve la terapia psicodélica para otros trastornos mentales—. Desde entonces se han convertido en activistas por la regulación legal en psicodélicos en Estados Unidos y han logrado avances: en 2023, Joe Biden firmó la Ley de Autorización de Defensa Nacional 2023 que incluye la investigación psicodélica para el PTSD y el trauma cerebral. También hay tratamientos para veteranos con ketamina, psilocibina, MDMA, 5-MeO-DMT y ayahuasca. En un país orgulloso de sus veteranos, pero en el que cada día 20 de ellos se suicidan, encontrar una cura que acabe con el trauma de la guerra es una urgencia patriótica.
Los Capone también están por lanzar un documental.
Lo primero que dice Deborah Mash en el escenario de un salón de esta especie de multiverso llamado Psychedelic Science es: “Honestidad total, tengo un interés financiero y eso es obvio”. Mash es inventora de patentes y consejera delegada, fundadora y accionista de DermeRX, una empresa de desarrollo de fármacos en fase clínica que desarrolla tratamientos no adictivos con ibogaína para combatir la crisis de opiáceos. La también neurocientífica de la Universidad de Miami plantea lo siguiente: cada día mueren 200 personas por fentanilo en Estados Unidos, lo equivalente a un accidente de avión diario. Los cientos de miles de muertes por sobredosis es el último fracaso en el camino hacia un mundo feliz o al menos uno menos triste.
El movimiento psicodélico es la promesa renovada de la panacea psicoactiva. Desde 1938, cuando Albert Hofmann sintetizó por primera vez el LSD, el más popular de los psicodélicos, ha habido una carrera por convertir la ciencia ficción —en Un Viaje Fantástico, de Isaac Asimov, un grupo de científicos se convierte en miniatura y es inyectado en el cuerpo de un hombre para curar su trauma; en Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley, el soma es una droga de control social que mantiene a la población en una felicidad artificial; en Hotel Nirvana, una obra de teatro escrita por Juan Villoro, un grupo de hippies liderado por Timothy Leary toma una “píldora de la conciencia” para encontrar el rumbo de sus vidas — en más ciencia y menos ficción. Durante los 50 ‘s, Sandoz comercializó el LSD bajo el nombre de Delsyd, lo que potenció su investigación y consumo. Cary Grant tomó LSD para enfrentar los traumas de la infancia, Jimi Hendrix puso rostro a la psicodelia negra y en 1953 una mujer probó un ácido en la televisión como parte de un experimento. El LSD siempre ha tenido un potencial curativo —en una encuesta realizada por Limina Foundations a 1200 personas, el 96% dijo que había tenido un beneficio del LSD y al 91% les había cambiado la vida—, pero su consumo excesivo durante el movimiento contracultural llevó a Sandoz a suspender la venta en 1966. El viaje lisérgico pasó a la clandestinidad después de que la prohibición de se extendiera a 184 países donde se mantiene hasta hoy.
Pero si hay un producto que ha alimentado las esperanzas de las personas y la cartera de las farmacéuticas es el Prozac, la conocida como “píldora de la felicidad”. A principios de los 90, la fluoxetina revolucionó la psiquiatría y 4.5 millones de estadounidenses empezaron a tomarla para tratar la depresión y la ansiedad. El fármaco se convirtió en un movimiento cultural. La campaña de marketing hablaba de sus beneficios y evitaba los efectos secundarios que provocaba como pensamientos suicidas o cambios de personalidad. La palabra entró al diccionario de Oxford y se empezó a hablar del “efecto Prozac” para definir momentos súbitos de felicidad. El doctor James Goodwin, que prescribió fluoxetina a por lo menos 700 pacientes en la pequeña ciudad de Wenatchee, apareció en el programa de Oprah Winphrey y dijo que el fármaco era «menos tóxico que la sal»; Nación Prozac, de Elizabeth Wurtzel, vendió más de 100,000 copias y el laboratorio Eli Lilly generó ingresos anuales superiores a los mil millones de dólares. La licencia de Goodwin fue revocada y Wenatchee se ganó un sobrenombre: “Prozacville o Valle Feliz”.
Hoy unas 12 millones de personas toman antidepresivos en Estados Unidos, el país de las “muertes por desesperación”. El tratamiento de la depresión sigue siendo una de las principales necesidades médicas, afirma Charles M. Raison, director de investigación clínica y traslacional del Instituto Usona. “Los antidepresivos actuales solo funcionan en un tercio de pacientes con depresión grave y un tercio no responde adecuadamente a varios fármacos administrados de forma simultánea o secuencial. Los que responden a menudo pierden el efecto con el tiempo o desarrollan efectos secundarios y cuando dejan de tomar estos medicamentos, corren un riesgo muy alto de que aparezcan los síntomas de la depresión”, dice quien es considerado uno de los investigadores más influyentes del mundo por Web of Science en la última década por su trabajo con psilocibina.
La medicina psicodélica promete llegar a donde los antidepresivos no han llegado. Hay promesas sin base científica, como las de James Fadiman, conocido como “el padre de la microdosis”, que expuso el concepto en su libro The Psychedelic Explorer ‘s Guide en 2011: consiste en tomar una dosis de 7 a 12 microgramos de LSD o 0.4 gramos de hongos.“¿Las microdosis son sólo expectativas?”, se pregunta en la conferencia de Denver. “Algunos creen que sí. Otros creen que no”. Otras son bastante más sólidas. Un estudio publicado en el Journal of the Royal Society en 2014 mostró que el cerebro drogado conecta distintas zonas que normalmente no se comunican, lo cual podría ayudar a recuperar conexiones o hacer conexiones nuevas para sanar distintos tipos de enfermedades, no solo mentales.
En un gran mercado para la salud mental como Estados Unidos, donde algunos cálculos dicen que unos 32 millones de personas han probado psicodélicos alguna vez, los tratamientos con estas sustancias prometen un negocio millonario. Actualmente hay unas 5,000 patentes en Estados Unidos, según Sisi Li, jefe del equipo de datos de Porta Sophia, una biblioteca en línea sobre las invenciones con alucinógenos. “Muchos están tratando de reclamar y monopolizar el conocimiento y las prácticas existentes en el espacio psicodélico”. La fiebre de las patentes fue creciendo desde el estudio de Ronald Griffiths publicado en 2006. Entre 2022 y 2023, el registro de estas licencias aumentó un 605%, afirma Sisi Li.
Hay empresas o personas que tienen el registro de 20 o 30 sustancias diferentes. La mayoría está experimentando con la psilocibina, pero hay 33 compuestos psicodélicos principales, siendo también comunes el DMT y la mescalina. Según Data Bridge Market Research, este mercado se valora en 4,830 millones de dólares y podría alcanzar los 10,000 millones en los próximos años gracias a la investigación científica. Field Trip Health planea abrir 75 clínicas en Canadá y Estados Unidos. MindMed desarrolla microdosis con psicodélicos. Perception Neuroscience desarrolla un derivado de la ketamina para la depresión. Phillip Morris tiene patentes de tres tipos de DMT para probar en vapeadores. Paul Stamets, el micólogo que ama a la tierra y a sus ancestros, tiene 16 patentes de hongos. Rick Doblin avista un futuro sin traumas con terapias psicodélicas en cualquier esquina.
Pero ese futuro se ve lejano. Un retiro de psilocibina en el Sayulita Wellness Retreat en México va de los 3,000 a los 8,000 dólares con todo incluido. Inward Bound ofrece retiros privados de psilocibina a medida en Holanda. El Centro Espiritual Arkana tiene retiros que van de los 2,520 dólares a los 7,000 e incluye ceremonias de rapé, baños florales, sapo bufo y alojamiento bajo “la guía de chamanes experimentados”. En Colorado, cada sesión con ketamina puede costar desde 450 dólares para tratar la ansiedad y la depresión y hasta 1350 para el dolor crónico. La promesa de salud mental se encuentra en un spa de lujo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis consumieron metanfetaminas, cocaína y opiáceos para aumentar la energía y resistencia en el campo de batalla. Los británicos dieron benzedrina a sus soldados para mejorar la confianza, la agresividad y la moral. En la Guerra del Golfo, los soldados estadounidense consumieron modafinilo, un neuroestimulante para que los pilotos pudieran mantenerse despiertos sin perder la concentración hasta por tres días. Entre 1953 y 1973, con la guerra contra las drogas declarada, la CIA hizo experimentos con LSD, codeína, benzedrina y otros 800 químicos para alterar la conducta, controlar la mente y forzar confesiones a través de varios programas como MkUltra. Mucho antes de la guerra contra las drogas, existían las drogas en la guerra.
“Mandaron a sus hombres a matar y ahora lo quieren solucionar con una píldora”, dice en la Psychedelic Science el jefe amazónico Nixiwaka Biraci Yawanawa, que ha dedicado su vida a reclamar la cultura y espiritualidad de su pueblo a través de la ayahuasca y el DMT.
El chamán, que cada año organiza un festival de plantas sagradas en Brasil, considera que ha sido el propio el hombre occidental quien ha provocado todos los males para los que ahora busca una cura psicodélica, como la destrucción de bosques tropicales, la contaminación de los ríos y la extinción de la biodiversidad. Bira está convencido de que su pueblo debe compartir su conocimiento ancestral al mundo para “salvar al hombre blanco”.
En el movimiento psicodélico no todo es un viaje placentero. Este “renacimiento” ha desatado un sinfín de críticas sobre el colonialismo, el extractivismo del conocimiento y de plantas para los pueblos indígenas, así como por su “excepcionalismo psicodélico”, que promueve sólo el uso de alucinógenos alegando que son benéficos y no generan adicción y saca de la ecuación a otras sustancias como la cocaína, la heroína o la metanfetamina. En el cierre de Psychedelic Science, un grupo de afroamericanos y nativos americanos irrumpió en la conferencia y enfrentó a Rick Doblin y a MAPS por impulsar movimiento para gente blanca que no tomaba en cuenta los daños de la guerra contra las drogas. Christine (Deen’Dee zee) McCleave , directora de la Coalición Nacional para la Sanación de los Internados Indígenas dice: “Hagan lo que quieran con la psilocibina, pero dejen al peyote en paz”, en referencia al cactus que está en peligro de extinción por la sobreexplotación que ha provocado la moda psicodélica.
Carl Hart, neurocientífico de Columbia y defensor del uso responsable de todas las drogas, renunció al consejo de Maps después de Psychedelic Science, al considerar que fomentaba una narrativa tan peligrosa como la de la prohibición. “Hablar sobre un mundo sin trauma es estúpido. Ya sea que lo diga Rick (Doblin) o las compañías farmacéuticas. Lo hacen para ganar dinero, pero no hay atajos. Los medicamentos no funcionan así. No son mágicos. Alteran tu estado de ánimo pero no indefinidamente”, dijo en una entrevista por Zoom meses después del evento en Denver..
Para Hart, promover que el “renacimiento psicodélico” puede curar el trauma de nuestras sociedades es tan irreal como la narrativa prohibicionista que en los años 30 decía que la marihuana provoca instintos asesinos. “Para mí Denver fue enfermizo, era asqueroso, no era nada de lo que realmente quería ser parte porque aquí están estas personas tan entusiastas acerca de sus sustancias donde todas estas otras personas están sufriendo y muriendo y en la cárcel. ¿Por qué querría ser parte de eso? ¿Por qué querría siquiera pensar que esta gente es la fuente de salvación para la gente que sufre? Estas no son las personas. Estos son los que están bien, la gente a la que le va bien en nuestra sociedad”, dice el autor de Drug use for grown-ups, quien considera que este movimiento es un resultado de una sociedad ultracapitalista que ve una oportunidad en los psicodélicos tal como lo hizo con la guerra contra las drogas.
En Denver parecía que la guerra contra las drogas era cosa del pasado, en muchos otros lugares parece que la guerra es lo único que hay. El negocio de los psicodélicos parece minúsculo en comparación con el negocio de la represión. En mayo pasado, la embajada de México y el Departamento de Seguridad de Estados Unidos organizaron un evento en Ciudad de México sobre drogas sintéticas. Los asistentes eran militares, policías, y otros integrantes de fuerzas armadas de todos los países que implementan la política impuesta por Nixon hace más de medio siglo. Ahora su principal objetivo es detener el tráfico de metanfetamina y fentanilo. En los stands de la conferencia, hay aviones de menos de dos metros con un costo de 40 millones de dólares; scanners y láseres capaces de identificar todo tipo de sustancias; tiendas y refugios que se utilizan en las guerras. Entre las tecnologías más sofisticadas para “reducir el flujo de drogas ilícitas y degradar a organizaciones delictivas internacionales”, está el Operator XR’s Law Enforcement Edition, un sistema de realidad virtual que no requiere internet, en el que se puede simular un operativo a un laboratorio de drogas o una incursión para salvar rehenes. El videojuego consiste en unas gafas y un arma tipo kalashnikov. Se puede dotar de un escenario real para que los militares o la policía practiquen cómo reaccionaría sin gastar recursos y municiones. El juego se trata de actuar como se haría en una operación, se debe matar a los “malos”, los narcotraficantes o criminales simulados y salvar a los rehenes. En caso de disparar a un civil, el juego se reinicia. Daños colaterales, les dicen.