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Por Pablo Ferri y Alejandra S. Inzunza – Fotos: AP-Reuters-EFE

 

El país es el centro financiero y comercial de Centroamérica pero también, históricamente, es donde el dinero ilegal que proviene del tráfico de drogas se ‘lava’ para ser legal. Casas, empresas y hasta tarjetas de felicitación son utilizados por los narcos para sorprender a las autoridades. ¿Cómo logran esquivarlas? La historia parece película de gángsters.

Media hora más tarde —media hora de mentiras más tarde, en realidad— el visitante hizo una pausa en la conversación y le sonrió ampliamente.

—Ya te diste cuenta de que no se nada de bancos, ¿verdad? —le dijo.

Cauteloso, el jefe asintió.

—Quería conocerte porque sé que fuiste tú —dijo el visitante.

El jefe se quedó pasmado. El filete que estaba comiendo se enfriaba en el plato. Se estaba quedando rígido, lo mismo que sus brazos: tiesos como vigas de acero.

—¿El qué? —preguntó— ¿Qué fui yo? ¿De qué habla?
—Los 600 mil dólares que agarraste. Ese dinero era mío —añadió el visitante con pasividad.

El jefe entendió.

“Estábamos dando seguimiento a unas personas desde hacía tiempo”, explica el jefe ahora, años después de que sucediera aquel encuentro, en el mismo centro comercial de Ciudad de Panamá en el que se produjo. “Teníamos reportes de inteligencia de que estaban moviendo dinero y droga. Eran colombianos. Cuando al final les caímos me tocó ir a mí. Los agarramos con todo: 600 mil dólares en un cuarto”. El dinero aguardaba a que la organización le borrase el estigma de la droga: abogados, financieros y banqueros se encargarían de integrarlo al mercado lícito y cerrar el círculo del narcotráfico.

Se quedaron mirándose un buen rato. El jefe no recuerda cuánto, pero en todo caso fueron los segundos más largos de su vida.

—Si me vas a matar —le dijo— esos dos de allá se van a ocupar de ti.

Se refería a su escolta, que estaban a unos metros de ellos.

—No, no, si fuera así no estaría aquí sentado —contestó el otro—. En realidad vine a reconocerte que en todo el caso no hubo corruptelas. Lo sé. Esto es parte del juego: a veces se gana, a veces se pierde.

*****

Era media tarde. El jefe y su escolta acudían a cenar a un centro comercial cercano al malecón cuando el visitante, un colombiano de mediana edad, les abordó en los pasillos. Aunque trata de recordar, el jefe dice que se quedó en shock y que no atina a componer un retrato —¿tenía el pelo largo o corto? ¿claro u oscuro? ¿las cejas gruesas, las manos grandes?—. Sólo recuerda su templanza y los detalles que le dio de su propia vida: “Había hecho toda una investigación sobre mí. Sabía la marca de mi coche, dónde vivía, dónde comía… no sabía cuándo me iba a sacar la pistola”.

Aquello ocurrió a unos metros de donde transcurre ahora la entrevista. El jefe dirigía por entonces la Unidad de Análisis Financiero (UAF) del Gobierno panameño, un organismo encargado de investigar casos de blanqueo de dinero. Pide mantener el anonimato para no llamar la atención. Bajo su mando, agentes de la UAF desbarataron muchas operaciones y estructuras vinculadas al crimen organizado y no desea que nadie lo pueda identificar. “Aquel día me supe vulnerable de repente”, confiesa.

Mientras el tiempo pasaba, y al ver que no comenzaban los disparos, se relajó un poco. Aunque el visitante era sutil, el jefe se dio cuenta de que quería ponerlo en su nómina: “Había venido a sobornarme. A él le interesaba que me quedase donde estaba (en la jefatura de la Unidad) y le pasara información. Hablaba sobre él, por eso sé que era uno de los gordos: no hablaba en tercera persona, como un mandadero, hablaba sobre él”.

El jefe no comprendía por qué estaba ahí, por qué no había mandado a un emisario. Y se lo dijo.

—¿Cómo se arriesga usted tanto?

El otro se reía.

Cuando llegó la última oferta para ser sobornado, el jefe tomó la decisión: “Mire, yo estoy orinado de miedo, pero ya que usted me habla tan sinceramente, yo también”.

Y le dijo que no.

El capo se fue y el alto mando se quedó pensativo. Su trabajo era delicado, estaba consciente: investigaba casos de lavado de decenas de millones de dólares cada año en Panamá, una plaza importante para el crimen organizado. Sabía, como explicó más tarde, que “mientras el Estado se prepara, los delincuentes ya están listos”.

Así había ocurrido meses antes en la ciudad. La fiscalía antidrogas y la extinta Policía Técnica Judicial (PTJ) habían desarticulado una banda de colombianos, panameños y mexicanos que trasladaba cocaína desde el sur hacia Centroamérica. Las autoridades decomisaron tres toneladas de cocaína y metieron en la cárcel a 11 integrantes de la organización. Pero la operación acabó mal: uno de los mandamases de la PTJ murió envenenado y el fiscal antidrogas, Patricio Candanedo, dimitió meses más tarde.

Ahora el jefe había descubierto la sala de operaciones de una banda de colombianos y les había decomisado, además, 600 mil dólares. Aunque al día de hoy aún no se explica el por qué, la única consecuencia fue que ese día le arruinaron la cena.

 

*****

Rosendo Miranda nos recibe en su despacho, en la enésima planta del enésimo rascacielos de uno de los barrios ricos de la ciudad. Fiscal antidrogas entre 1995 y 2005, Miranda persiguió, al igual que el actual jefe de la UAF, las andanzas del narcotráfico en Panamá y sus estructuras financieras de lavado de dinero. El abogado entiende que el mayor problema de las autoridades aquí es el volumen de actividad financiera y comercial del país, disfraz que usan los narcos para disimular sus negocios.

Elegante y conciso, Miranda desarrolla la siguiente lógica: “El narcotraficante lo ve como un negocio. Olvídate por un momento de que la cocaína o la marihuana son sustancias ilícitas, piensa que son lícitas. Desde el punto de vista del mercadeo, ¿tú qué países buscarías para que tu producto saliera más rápidamente a tu mercado de consumo? ¿Te vas a ir para Nicaragua, que no tiene infraestructura? ¿Te vas a ir para Guatemala?”.

—No…
—¡Claro que no!

Con el dinero ocurre lo mismo. La economía panameña creció el año pasado más de 10%, la tasa más alta de Latinoamérica. La Zona Libre de Colón —la segunda zona franca (sin pago de impuesto alguno) más grande del mundo, por detrás de la de Hong Kong— movió en el mismo periodo 30 mil millones de dólares y dio trabajo a 30 mil personas. El famoso canal, cercano a la ciudad, conecta dos océanos en apenas hora y media. Tanto ajetreo comercial supone una buena oportunidad para el comercio lícito, pero también para el ilícito.

“Ha sido así desde siempre”, explica Miranda. “Recordemos históricamente las famosas ferias de Portobello en la época colonial: todo el oro que salía de Sudamérica venía para aquí y salía para España. Panamá es un país atractivo, para lo bueno y para lo malo”.

Miranda recuerda un caso de sus años en la fiscalía, una investigación que empezó en Canadá, pasó por Panamá y terminó en una cadena de electrodomésticos en Colombia. “Las autoridades de Canadá tenían monitoreado a un grupo que distribuía droga en Toronto, se llamaban Ángeles de la Muerte o algo así. Los tipos tenían un problema a la hora de cambiar sus dólares canadienses por americanos y así mandarlos de vuelta a su proveedor. ¿Qué hizo Canadá? Montó una casa de cambio dirigida por policías. Les daban facilidades para recibir sus dólares y les abrieron una cuenta en Nueva York. Entonces los tipos llegaban allí con sus dólares canadienses y los policías se los cambiaban por cheques del banco de Nueva York”.

La estructura criminal mantenía una empresa con un prestanombres en la Zona Libre de Colón y a otra en Maicao, Colombia. Los cheques llegaban a la tapadera panameña, que le hacía préstamos a la de Colombia. Como los cheques estaban respaldados por un banco de Nueva York, nadie sospechaba.

“Con esa estrategia se logró ver que esos delincuentes metieron en Panamá 36 millones de dólares”, recuerda Miranda. “Las investigaciones realizadas posteriormente en Colombia mostraron, además, que el grupo de Pacho Herrera —un capo del Cártel de Cali— montó una cadena de almacenes de venta de electrodomésticos, y que ahí estaban ellos metidos también. Fue un caso muy sofisticado”.

El ex jefe de la UAF habla en el mismo sentido que Miranda. “Lo habitual”, dice, “es que lleguen a Panamá a lavar dinero. El cómo es lo que no es habitual, si no las investigaciones serían fáciles. Lo hacen con ganado, escuelas, transporte, tarjetas regalo, compran inmuebles, crean empresas ficticias… con todo”.

 

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En la cárcel La Joyita, a las afueras de la capital, cumple condena José Nelson Urrego por comprar una isla con dinero proveniente del narcotráfico. Para llegar a la prisión hay que alejarse del esplendor de Panamá, de los rascacielos de grandes corporaciones y del canal. Como en el resto de países centroamericanos, al salir de la capital comienzan a aparecer los techos de zinc, el barro, los niños descalzos y los perros callejeros que se cruzan en el camino.

Vestidos de morado, el color obligado para la ropa de las visitas, esperamos la entrevista con este colombiano de unos 50 años que acabó preso después de estar en la cima. En 2007 Urrego fue condenado a siete años por lavado de dinero y comprar propiedades con dinero ilícito, entre ellas la Isla Chapera, en el Archipiélago de las Perlas, en el Pacífico panameño. El informe pericial de la Dirección de Investigación Judicial  asegura que llegó a manejar de manera ilegal más de 25 millones de dólares.

Urrego sale de su celda con andar pausado, vestido de shorts y playera amarilla. Se acerca al área de visitas, un pequeño refugio con sillas de plástico, y se sienta al lado de una de sus abogadas, que después de decenas de encuentros en prisión se ha convertido en su pareja. Es un hombre de nariz gruesa, orejas grandes y salidas, y voz suave. Sus ojos denotan cansancio o tristeza. Un informe médico de la prisión señala que el colombiano sufre un cuadro de depresión.

La historia periodística cuenta que Urrego fue un operador del Cártel Norte del Valle, envuelto en el narcotráfico desde los 80. En su libro Los nuevos jinetes de la cocaína el periodista colombiano Fabio Castillo lo nombra en un par de ocasiones como coordinador de vuelos de cocaína hacia Estados Unidos, y como propietario de hoteles-tapadera en la Isla de San Andrés, en el Caribe de Colombia. La primera vez que lo detuvieron su arresto, según las autoridades, suponía “la captura del último gran capo, del mayor lavador de dinero y de uno de los hombres más ricos del mundo”. Eso fue en 1998 y estuvo preso tres años. Fue condenado por enriquecimiento ilícito, pero las acusaciones sobre tráfico de drogas fueron desestimadas por falta de pruebas. “Mi fortuna proviene de una finca que heredé en los 80. Yo siempre he dicho la verdad. Fue una persecución”, se defiende Urrego, siempre hablando con un hilo de voz, un hilo quebrado. Él afirma que en efecto conoció a grandes narcotraficantes, a guerrilleros de las FARC que desde que él era pequeño cruzaban por las propiedades de su familia, y a generales corruptos. Estos últimos, asegura, se sentaban en la zona VIP de un club nocturno que él regentaba para cerrar negocios con los capos. Su detención, según su versión, se debió a que lo querían silenciar.

Una vez en libertad, Urrego decidió cambiar de aires en 2001, cuando llegó a Panamá. El país sufría una grave crisis económica. Pensó que era una buena oportunidad para comprar propiedades a un precio bajo y hacer negocio. Comenzó a sacar réditos de la Isla Chapera, su propiedad más preciada: un lugar paradisíaco, de frondosa vegetación y playas de arena blanca que compró por menos de 1.5 millones de dólares. Los productores del famoso programa de televisión Survivor decidieron filmar algunos programas allí. Sólo con la cesión de los derechos para poder filmar en sus playas, Urrego ganaba unos 60 mil dólares al mes. El negocio quebró en 2007, cuando lo detuvieron. “Fue un complot”, vuelve a defenderse con más fuerza. “Lewis Navarro (ex vicepresidente de Panamá) se reunió conmigo dos veces para decirme que quería comprar la isla, que le tenía un afecto especial porque allí iba de joven, y me negué”. Navarro siempre ha negado que se produjeran esos encuentros y que conociera personalmente a Urrego. “¿A quién van a creer?”, se lamenta antes de soltar unas lágrimas. “Pero voy a luchar por recuperar mi isla”.

Por el momento, en vez de concursantes del reality show, por las playas de la isla pasean los efectivos del Servicio Aeronaval de Panamá, que en 2009 abrió su primera base en el Pacífico. El objetivo es custodiar el Archipiélago de las Perlas, punto frecuentado por los traficantes en su ruta hacia Estados Unidos.

 

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En El Renacer, otra cárcel a las afueras de la capital, está preso Manuel Antonio Noriega, el dictador que gobernó Panamá desde 1983 hasta 1989, cuando Estados Unidos invadió el país y lo arrestaron. El militar ha pasado los últimos 24 años en prisión. Primero en EU, condenado por tráfico de drogas; después en Francia, por blanqueo de dinero; y desde hace año y medio en su propio país, por múltiples homicidios durante su mandato. Noriega, hoy un hombre enfermo de 80 años que pasa sus días entre la celda y el hospital, es en gran parte responsable de la fama de ‘lavadora’ que adquirió Panamá. Las autoridades francesas descubrieron que había recibido sumas millonarias delCartel de Medellín, de Colombia, que en los 80 operaba por territorio panameño con total impunidad. En general, lo hacían todas las organizaciones de ese país. Al banco central llegaban hombres con maletines cargados de dinero en efectivo y, sin muchas preguntas, abrían cuentas con cantidades desorbitantes.

Aun sin el visto bueno del dictador, y con la cantidad de controles que se han impuesto desde entonces, en el país existe una cierta resignación a que, como centro financiero de la región y país bisagra del comercio internacional, el blanqueo de capitales siempre estará presente. “No hay país que esté libre del blanqueo de capitales y menos un país como el nuestro, que tiene características geográficas y comerciales que nos hacen un terreno fértil. Nos predisponen o nos hacen más vulnerables a estas actividades”, admite Javier Caraballo, fiscal antidrogas panameño, un hombre de complexión grande, cara redonda y cabeza afeitada, que habla con determinación en la mesa de su despacho.

Caraballo explica que los estándares de seguridad de la banca han subido mucho en los últimos tiempos, pero a su vez los narcotraficantes también se han sofisticado. Si alguien quiere abrir una cuenta importante en cualquier banco de Panamá, lo primero que hará la institución es poner en marcha una investigación para comprobar si el futuro cliente no tiene antecedentes legales. En el caso de Urrego, afirma el fiscal, un banquero contratado por el colombiano consiguió que en su hoja de servicios sólo apareciera una condena de 75 días, una falta menor. El banco no encontró ninguna mancha legal más en el expediente.

El fiscal agrega: “En el narcotráfico hay una gran especialización en cuanto a los roles, resulta difícil encontrar que un mismo grupo se dedique al transporte de drogas y al blanqueo de capitales. Incluso dentro del blanqueo de capitales existen especializaciones: el que se dedica a introducir el dinero en metálico y comprar artículos de lujo o bienes inmuebles, es uno; después le ceden el espacio a otro grupo que se dedica a la parte más sofisticada. Aquí intervienen financistas, abogados, banqueros… personas que conocen el sistema”.

Para las autoridades el punto crítico es el momento en que el dinero en metálico se convierte en dinero virtual o en algún bien material. “La mayoría de los casos exitosos los logramos cuando aún se sitúan en la primera fase”, cuenta el fiscal. Unos meses antes de esta entrevista la Policía allanó un piso de lujo en el que vivían un grupo de colombianos. Encontraron 2.6 millones de dólares en efectivo. La investigación continuó y descubrieron otros cuatro apartamentos de lujo que se habían adquirido con dinero proveniente del tráfico de drogas. Fue un caso típico de una organización que intenta lavar el dinero a través de la compra de bienes inmuebles.

Después, reconoce Caraballo antes de acabar la entrevista, “seguir el rastro del dinero es sumamente difícil. Hemos tenido casos en que el único límite es el de la imaginación”.

 

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Cuando el Estado va, los criminales ya están volviendo, recuerda el jefe de la UAF mientras juguetea con el celular. La prevención quizá funcione, pero las bandas aprovechan los golpes en su contra, y las prohibiciones, para aprender y mejorar.

Lo primero que hizo el capo colombiano que le abordó a unos metros de donde hablamos, en la planta baja del centro comercial, fue reconocer la derrota, la pérdida del dinero, la intrusión a su cuartel general… cosas que pasan. Consciente de la situación, el capo sólo buscaba la manera de mejorar su estructura y el jefe de la UAF aparecía como una pieza importante.

“The game is the game (el juego es el juego)”, reflexiona años después de aquella tensa conversación. “Es verdad, es un juego”. Para él, el principal problema en la lucha contra el narcotráfico y el lavado de dinero es el doble rasero de todos los actores: “Cuando la DEA (Agencia estadounidense de lucha contra la droga) golpea a alguien, otro saca beneficio. Y después es al revés, y así siempre. Tiene un punto de perversión, es verdad. Si los países grandes quisieran combatir esto, todos hablaríamos el mismo idioma, pero no lo hablamos”.

Mirando al piso de arriba, a la planta alta del complejo, el jefe se prepara para marcharse. Aún había algunas dudas abiertas, la mayoría sobre su pasado reciente: ¿Qué hacía un profesional como él con su vida después de investigar tácticas delictivas extremadamente sofisticadas? ¿Qué hacía con toda la información acumulada durante tantos años?

Presuroso, el jefe murmuró justo antes de echar a andar: “Si sales de esto, te sales. Si quieres seguir escuchando vas a tener que estar del otro lado. Fíjate que muchos agentes de la DEA, cuando se jubilan, abren empresas de asesoría. ¿Quiénes crees que son sus clientes?”. (Con información de José Luis Pardo).

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