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Por José Luis Pardo Veiras y Alejandra Sanchez Inzunza

 

En Venezuela los narcotraficantes visten ropa de camuflaje. En la frontera de ese país con Colombia las guerrillas colombianas y venezolanas, y el Ejército, pelean por el control del tráfico de droga. Militares de alta graduación han sido denunciados por su vínculo con el tráfico de estupefacientes, pero ninguno ha sido condenado gracias a los vínculos que tenían con el expresidente Hugo Chávez.

Juan Guerrero planeaba la cena de Navidad cuando su hermano Javier de Jesús le llamó por teléfono. Era finales de noviembre de 2011 y la familia tenía pensado reunirse fuera de su humilde casa de ladrillo y techo de aluminio en Guasdualito, una pequeña ciudad en la frontera con Colombia, para celebrar las fiestas. Javier de Jesús, el quinto de 14 hermanos, era el visitante más esperado. Hacía varios años que vivía en la clandestinidad como líder de la guerrilla venezolana conocida como Fuerzas Patrióticas de Liberación Nacional (FPLN), y aparecía sólo de vez en cuando. Javier de Jesús se había transformado en el comandante “Moisés Carpio”.

Su hermano lo describe como una persona seria y parca. Sus compañeros como un líder extrovertido y bromista que defendía a los campesinos. Y en Caracas, la capital, los expertos consultados hablan de él y el resto de guerrilleros como civiles armados que, simplemente, ejercen un control déspota sobre los vecinos al servicio de la revolución bolivariana. Su legado y su personalidad son contradictorios, propio de un hombre que decide vivir en el monte, agarrar las armas y priorizar una causa por encima de sí mismo y su familia.

Juan contestó la llamada de su hermano mientras conducía hacia el trabajo. “Me van a desaparecer”, le dijo sereno a Juan, quien lo escuchó por el auricular con resignación. No dijo nada. Fue la última vez que escuchó la voz de “Moisés”.

 

En toda la región de El Apure, una de las zonas más calientes de Venezuela por la presencia de guerrillas, ejército y narcotraficantes, “Moisés” era famoso por defender la revolución bolivariana, por enfrentarse a los terratenientes que controlaban el contrabando de gasolina, madera, ganado y drogas, y por luchar por la expulsión de las guerrillas colombianas —el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)— con quienes compartía su ideología, pero no aceptaba que impusieran control en territorio venezolano. Hace tiempo que recibía amenazas. Su familia le rogaba que tuviera cuidado porque tenía demasiados enemigos. “Moisés” sabía que tarde o temprano lo iban a matar. Los militares del batallón de La Victoria, un pueblo cercano, que estaban a cargo del coronel Ángel Rafael Saldeño Armas —un militar a quien los vecinos señalaban como el principal narcotraficante de la región— seguían sus pasos desde hacía cinco años.

Mientras en países como Panamá y el resto de Centroamérica los narcotraficantes se roban la droga unos a otros, en Venezuela, los guerrilleros venezolanos se la quitan a los militares. “Hay generales, coroneles, tenientes y sargentos involucrados. Los narcotraficantes consiguieron seguridad, transporte, almacenamiento, vigilancia y capacidad de la organización militar en una zona como Venezuela, que durante muchos años fue de bajo riesgo para el tráfico de drogas”, apunta José Machillanda, ex militar y director del Centro de Política Proyectiva, una fundación apolítica que promueve el debate social. En Guasdualito se rumoraba que Saldeño estaba obsesionado con agarrar aMoisés. Lo acusaba de “cuatrero”, de robar ganado y después traficar con él. Por eso Javier de Jesús vivía en el monte y cambiaba constantemente de ubicación. Sólo se acercaba a la ciudad esporádicamente para visitar a su familia y a su hijo de diez años.

“Moisés” se unió a la revolución bolivariana durante la campaña que llevaría aHugo Chávez a la presidencia en 1999. Su objetivo era apoyar a los campesinos que luchaban por sus derechos y para ello entró a formar parte del Frente Campesino Ezequiel Zamora, que integra a un 15 % de los agricultores y ganaderos en todo el país. El Apure es una zona de llanos, rodeada de ríos y dominada por terratenientes. Sus habitantes aseguran que desde aquí Dios creó al mundo, por su belleza natural y su riqueza agrícola. Pero al ser una zona de frontera, también ha sido una de las más conflictivas del país.

 

CAPO DE CAPOS. Walid Makled era el mayor narcotraficante de Venezuela; fue capturado en Colombia. En su declaración ante las autoridades dijo que existe corrupción.

Durante muchos años los campesinos fueron asesinados y sus muertes nunca eran esclarecidas, como sucedió en la masacre de El Amparo, en 1988, cuando 14 pescadores fueron asesinados por policías y militares en un supuesto enfrentamiento contra grupos subversivos. En esta región los campesinos no tenían derecho a vivienda y eran sometidos a abusos laborales. “Moisés” era un profesor de primaria, que había estudiado en Cuba y que cambió la palabra por las armas hace seis años, cuando sintió que con la política no lograría ningún cambio. Optó por la vía más extrema para defender los principios del gobierno de Hugo Chávez. “Moisés” contaba con el respaldo de gran parte del pueblo, que si era necesario le ofrecía escondite y alimento. El Apure es uno de los bastiones más fieles a la revolución chavista. El propio Chávez se refugió en esta zona tras haber caído preso tras un golpe de Estado fallido, en 1992, al entonces presidente, Carlos Andrés Pérez. José Luis, el dueño del restauranteEl Refugio del Conejo, uno de los militantes de izquierdas más antiguos de la ciudad, todavía guarda las fotografías de aquel entonces en las que aparece al lado de un joven Chávez, recién salido de prisión y extremadamente delgado.

La guerrilla surgió en esta zona para enfrentar la delincuencia que hace unas décadas se instaló en la frontera por la ausencia del Estado. El tráfico de combustible hacia Colombia, desde un país donde un tanque de gasolina cuesta lo mismo que una botella de agua, ha sido desde hace décadas un negocio muy rentable. La guerrilla logró controlar a la delincuencia común. “Aquí puedes caminar tranquilamente a las tres de la mañana. Nadie te va a robar. Ellos (la guerrilla) vigilan la zona por las noches”, dice un mecánico, que ha vivido siempre en Guasdualito, y quien pide mantener su nombre en el anonimato.

Pero mientras las ciudades estaban tranquilas, en los llanos se empezaban a instalar organizaciones criminales más poderosas. Según sus conocidos, “Moisés” se dedicaba a enfrentar a estos grupos, a veces integrados por los propios militares o por las FARC y el ELN. Cada vez que los guerrilleros venezolanos se enteraban que pasaba un coche lleno de droga, combustible o ganado, lo interceptaban y le robaban la mercancía para evitar el tráfico. Lo que hacían después con la mercancía es un misterio: en Guasdualito aseguran que el botín ilegal acababa en manos de las autoridades honestas, pero muchos expertos consideran que la utilizaban para hacer negocios ilícitos. “Nosotros hemos pasado por las malas y en lo último que hemos pensado es en caer en la financiación con las drogas. Sabemos que eso daña al ser humano. Nunca puedes escupir para arriba porque te puede caer en la cara, pero buscaremos todos los medios para no llegar a eso”, afirma un vocero de la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora, una organización de izquierda afín a la guerrilla.

Moisés y sus seguidores empezaron a tocar los intereses de poderosos terratenientes —muchos de ellos militares retirados y en activo—, quienes comenzaron a perseguirlos. “Mi hermano y los campesinos les cortaban los traslados de mercancía ilegal, expropiaban terrenos con el permiso del gobierno y muchas otras cosas. Entonces empezaron a perseguir a mi hermano y decían que era un contrabandista. Ordenaron su muerte”, explica Juan Guerrero, un hombre de 50 años, moreno y fuerte, de cejas gruesas y bigote perfilado. Los guerrilleros le pusieron “Moisés” por la figura bíblica, por guiar al pueblo, pero para él todavía es Javier de Jesús. Juan saca de su cartera una identificación de su hermano, 11 años menor. “Todos dicen que nos parecíamos mucho”, dice meses después de Navidad en el lobby de un hotel. Siempre lleva esa foto consigo desde la última vez que habló con “Moisés” aquella tarde de finales de noviembre. Días después, su profecía anunciada por teléfono se cumplió. Esa Navidad de 2011, “Moisés” no llegó a la cena.

 

EN EL APARE. Los habitantes del pueblo donde vivía el ‘comandante Moisés’ (y donde ahora está enterrado)acusan a los militares de asesinos, narcos y corruptos.

*****

Una señora cruza desde Colombia con un poco de marihuana en la maleta. La Guardia Nacional venezolana le ordena hacer un alto:

—¿Qué lleva usted ahí?

—Cannabis.

—Ah… pase, pase.

Es un chiste viejo.

Mildred Camero, juez durante 26 años y ex directora de la Comisión Nacional Contra el Uso Ilícito de Drogas (CONACUID), lo cuenta en una cafetería de Caracas para retratar el desconocimiento del país sobre el tráfico de drogas cuando ella inició su carrera.

Camero, una mujer madura de pelo rubio platino y labios pintados de rojo intenso, volvía a Venezuela a finales de los 70 después de estudiar en Europa convencida de especializarse en la lucha contra el narcotráfico. Un amigo suyo de la universidad había muerto por sobredosis. Se encontró un país “de muy muy ricos, que experimentaban con LSD y marihuana, y de muy muy pobres, que consumían “piedra”, aunque no era algo regular como ahora”. Pero durante la siguiente década Colombia vivió el auge de los grandes carteles y su vecino Venezuela, bañado en petróleo y generoso en lujos, se convirtió en un lugar ideal para trasportar y almacenar droga y dinero.

Camero investigó el primer caso de blanqueo de dinero en casas de cambio en la frontera. El dinero acababa en el Banco Cafetero, propiedad del legendario narco colombiano Pablo Escobar. También seguía las operaciones del“Cartel de Medellín” en Venezuela. “Allí en Colombia los perseguían, pero aquí era todo más fácil”, asegura la ex juez. Muchos de sus informantes le empezaron a comentar que miembros de la Guardia Nacional estaban involucrados en el tráfico de drogas: aunque no operaban, hacían la vista gorda a cambio de una retribución.

Dos generales de brigada de ese cuerpo, Ramón Guillén Dávila y Orlando Hernández Villegas, fueron procesados por tráfico de drogas. Finalmente los dejaron libres en 1993, pero para el imaginario popular ya había quedado inscrito el nombre del primer cartel de Venezuela: el “Cartel de los Soles”, en referencia al sol o soles que portan los militares en su uniforme según su grado. El “pase, pase” del chiste pasó de ser sinónimo de ingenuidad a sinónimo de corrupción.

“Hoy el mayor problema del narcotráfico en Venezuela es la relación de los militares con los traficantes”, dice Camero. En 1999, cuando Hugo Chávez la eligió como directora de la CONACUID, ella levantó cinco informes inculpando a altos mandos del Ejército. “Pero él nunca los leyó”, se lamenta. Para ella y otros especialistas consultados hay dos sucesos que marcaron “la debacle de Venezuela”. El primero fue el Plan Colombia en 2001. La ingente cantidad de dinero que Estados Unidos invirtió para luchar contra el narcotráfico en ese país provocó un éxodo de narcotraficantes, quienes se resguardaban en Venezuela para huir de las autoridades.

 

Hoy, en El Apure —una red de pequeños pueblos conectados por una carretera que se recorre en dos horas— es una muestra clara de la presencia de grupos subversivos armados que se reparten el dominio de las poblaciones. Guasdualito lo controla el FLPN (guerrilla venezolana), al igual que El Amparo. Los poblados de San Cristóbal, Ureña y San Antonio, están en manos de las FARC y los paramilitares. En El Rubio quienes mandan son el ELN y los paramilitares y, en La Revancha, el ELN.

El segundo parteaguas para que la situación en Venezuela esté en picada fue la decisión de Hugo Chávez, fallecido este año, de promocionar a los militares a puestos de responsabilidad en el gobierno. Lo hizo, sobretodo, después del golpe de Estado que sufrió en 2002, cuando decidió rodearse de compañeros de armas que lo habían acompañado en su ascenso al poder.

En los últimos cinco años el Departamento del Tesoro de Estados Unidos congeló las cuentas y bienes de cuatro militares de alto rango de las Fuerzas Armadas, un miembro de la Policía y dos diputados, por su supuesta relación con las FARC y el tráfico de drogas. Hugo Chávez achacó la noticia a la “manipulación imperialista” del gobierno de ese país. Nunca inició una investigación e, incluso, muchos de ellos fueron ascendidos. Henry Rangel Silva, uno de los implicados, llegó a ser ministro de Defensa.

La carrera judicial de Mildred Camero acabó en 2005, cuando la destituyeron el mismo año que el Gobierno venezolano expulsó a la DEA y a otras Policías antidrogas del país. Cuenta que gran parte de sus investigaciones acababan involucrando a militares, cada vez de mayor rango. En ellas aparecían como intermediarios de las FARC que negociaban droga y dinero a cambio de armas.

Cuando lo confirmó, Camero se dirigió alarmada al despacho del vicepresidente, José Vicente Rangel, también ex Ministro de Defensa y ex Ministro de Relaciones Exteriores:

—Mire, vicepresidente, esto es lo que pasa —le dijo Camero.

—Pero qué bolas tienes tú.

Según el relato de Camero, Rangel agarró los papeles, los hizo una bola y los tiró. La exjueza aún tiene un juicio pendiente por traición a la patria. En su caja fuerte guarda con celo informes que, asegura, inculpan a varias figuras importantes del chavismo. Dice que es su mejor seguro de vida.

 

*****

Una avioneta de Air France, proveniente de Caracas, fue decomisada el pasado 13 de septiembre en París con más de 30 maletas llenas de cocaína. Hace dos semanas cinco policías fueron condenados a 26 años de cárcel por tráfico de drogas. El año pasado una avioneta con una tonelada y media de droga salió de la base militar La Carlota. La gran mayoría de aeronaves que se decomisan en Honduras son de matrícula venezolana. En 2012 el gobierno destruyó más de 100 pistas de aterrizaje clandestino en el país. Hasta hace tres años Walid Makled, el narcotraficante venezolano más famoso, era dueño de la aerolínea Aeropostal, de gran parte de Puerto Cabello —el puerto marítimo más importantes del país—, y llegó a enviar hasta cinco toneladas de droga desde el Aeropuerto Internacional de Maiquetía hacia Ciudad del Carmen, en Tabasco. Dicen que eso fue gracias a sus conexiones con “La Federación”, un consorcio integrado por los carteles de Joaquín El Chapo Guzmán e Ismael El MayoZambada.

En algún momento de la última década las noticias sobre Venezuela y su papel en el narcotráfico internacional empezaron a inundar los periódicos. De tal manera que a principios de este mes el propio ex presidente de la Comisión Nacional Antidrogas, Bayardo Ramírez, declaraba que Venezuela era “el traficante número uno de drogas en América Latina”.

Al respecto Hernán Matute, uno de los principales investigadores sobre seguridad y narcotráfico en el país, señala: “Ya es cotidiano ver en el extranjero capturas de embarques que salieron de Venezuela, que se destruyan laboratorios de producción de droga —algo impensable 10 años atrás— o que se encuentren sembradíos de marihuana y opio en las áreas fronterizas. También que precursores bajo el estricto control del Estado venezolano se utilicen en el procesamiento de la cocaína, o que el Departamento del Tesoro de EU haga señalamientos y vinculaciones de políticos, militares y banqueros venezolanos con el narcotráfico”.

Cuando Walid Makled, mejor conocido como “El Turco”, fue detenido en Colombia, le preguntaron cómo había hecho para burlar la seguridad del aeropuerto y mandar la droga. Contestó: “¿Usted cree que se pueden cargar 500 maletas de cocaína sin tener apoyo?”.

 

Venezuela peleó con Colombia por la extradición inmediata de Makled. En una entrevista en RCN, uno de los principales canales de la televisión colombiana, el traficante aseguró que tiene una lista de toda la gente a la que pagaba dentro del gobierno de Chávez para poder operar, pero desde que fue extraditado no volvió a hablar nunca más. “El ejemplo más claro de narcomilitarismo es el de Makled”, asegura José Machillanda, ex militar y director del Centro de Política Proyectiva.  “El caso explica cómo tenía la exclusividad para los productos de la petroquímica, una línea de aviación con vuelos internacionales, un puerto, cómo apoyaba al gobierno de Chávez y cómo apoyaba a los gobiernos regionales y mandaba sobre los gobernadores”.

Tiempo después de la captura de Makled, Eladio Aponte Aponte, un militar y magistrado del Tribunal de Justicia, fue retirado de su cargo, huyó a Costa Rica y pidió la protección de la DEA. El ex juez confesó que en varias ocasiones recibió órdenes directas del Palacio de Miraflores para liberar a militares involucrados en el tráfico de drogas.

Esta contaminación política que ha azotado los últimos años al gobierno venezolano llega hasta la frontera. El ex gobernador de El Apure, Jesús Aguilarte, fue obligado a renunciar en 2011 por el propio gobierno chavista tras su mala gestión. El año pasado fue asesinado en un McDonalds en la ciudad de Maracay. En otro restaurante, un par de meses después, un hombre se acercó a la mesa de una pareja y preguntó: “¿Es usted el general Moreno?”. “Si”, respondió el hombre. El tipo sacó un arma y lo mató. Su nombre completo era Wilmer Antonio Moreno, un militar colaborador del chavismo desde 1992. Tiempo después, se comprobó que ambos estaban relacionados con el narcotráfico.

“Están quemando los archivos de todo eso”, dice Roberto Briceño, director del Observatorio Venezolano de Violencia, una institución que publica estudios sobre la violencia y la corrupción en el país. “Aponte se fue por eso, porque sabe mucho”. A El Apure, indica Briceño, entra la droga proveniente del Amazonas colombiano y después es trasladada por Puerto Cabello o por Sucre camino a Honduras. “La unión entre droga, gobierno y  militares es tan fuerte que por eso no existe una política severa frente a la droga”.

 

HERMANO PERDIDO. Juan Guerrero dice que los militares mataron a su hermano, el líder guerrillero ‘comandante Moisés’, por denunciar que miembros del Ejército apoyaban a los cárteles en el narcotráfico.

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La siguiente vez que Juan tuvo contacto con su hermano fue en la morgue de Guasdualito, pocos días después de aquella última llamada. El médico forense le enseñó el cadáver para que lo identificara. Luego Juan le pidió que le mostrara las heridas. “El comandante Moisés” tenía el cráneo hundido por un golpe propinado con una culata de fusil; las muñecas peladas, con signos de haber sido atado y arrastrado; en todo el cuerpo moretones y rasguños; y en el pecho cuatro orificios de bala.

El informe oficial que se envió a Caracas hablaba de un enfrentamiento entre el ejército y unos cuatreros. “Pero eso no fue un enfrentamiento, los torturaron, fue una masacre”, dice Juan delante de la tumba de su hermano, una lápida sencilla de piedra, decorada con dos ramos de flores que se han ido secando bajo el calor húmedo de la ciudad. Otros tres guerrilleros comparten cementerio con su comandante, uno de ellos en una rudimentaria fosa sin nombre. La familia era tan pobre que no le pudieron ofrecer un sepelio más digno. En las cercanías del camposanto hay varias pintas que concuerdan con la versión de Juan: “Saldeño asesino”, “Contrabandista”, “No son cuatreros son revolucionarios”. En Guasdualito, aunque las autoridades opinen de forma diferente, están convencidos de que Saldeño, el militar al que acusaban de ser el mayor traficante de la zona, ajustó cuentas.

Veintidós días antes de ser acribillado, “Moisés” y su comando recibieron informaciones de que un grupo de militares bajo las órdenes del coronel Saldeño transportaban cuatro toneles: dos con cocaína, uno con pesos colombianos y otro repleto de dólares. Los guerrilleros los asaltaron y robaron la mercancía. Fue entonces cuando Javier de Jesús telefoneó a su hermano y le dijo que lo iban a matar. La madrugada del 24 de noviembre desapareció.

 

“El comandante Moisés” llegó la noche anterior con sus hombres a Bocas del Río Viejo, un paraje rural a una hora y media de Guasdualito, al que sólo se puede acceder remontando el río en pequeñas embarcaciones. Se alojaron en casa de un vecino de la zona, conocido como “El Diablo”, quien vivía con su mujer y su hijo de 15 años. Cenaron y se fueron a dormir. A la mañana siguiente “Moisés” debía presidir una reunión con varios campesinos. El relato de los sobrevivientes cuenta que a las cinco de la mañana un grupo de hombres vestidos de civiles, equipados con visores nocturnos y fusiles, asaltaron la casa.

Al día siguiente llegaron a Guasdualito cuatro cadáveres, entre ellos el de “Moisés”. Otros dos guerrilleros salieron heridos. También “El Diablo”, su esposa y su hijo, quien acabó con la mano machacada. “Ellos se salvaron porque el niño se aferró a su madre”, dice Juan, quien asegura que había otros dos guerrilleros que fueron tirados al río. El comunicado que el Ministerio de Defensa publicó tras la muerte de “Moisés” se enorgullecía del trabajo de las Fuerzas Armadas, “permanente garante de la soberanía nacional, cada vez más unida al pueblo venezolano, organizada, preparada, adiestrada y equipada”. Meses después Saldeño fue relevado de su cargo y enviado a Caracas. Hasta ahora no ha sido juzgado, ni por narcotráfico, ni por el asesinato de “Moisés” y sus compañeros. Otra de las pintas que se leen en la ciudad dice: “Maldito el soldado que dispara contra su pueblo”.

Le pedimos a Juan que haga unas llamadas para visitar Bocas del Río Viejo. Aunque él nunca ha pertenecido a ninguna organización armada, todos en la ciudad saben quién es quién y no le es difícil contactar a alguien que conozca la zona. Nos promete hacerlo y nos despedimos hasta la mañana. Al día siguiente nos encontramos en el lobby del hotel. Trae malas noticias. “Me dicen que es imposible. Ahora está muy caliente. Ayer se escucharon disparos… volvió a haber enfrentamientos”.  (“Con información de Pablo Ferri”).

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